Está en peligro de desaparecer debido a la desviación de sus fuentes hídricas de alimentación para labores de riego; esto ha ocasionado el rápido crecimiento del pantano cubierto con totoras que rodea buena parte de su orilla. Actualmente, nivel de la laguna se mantiene por la condensación y lluvias frecuentes en el páramo.
Posee un sendero alrededor de la laguna, de dificultad fácil (~3–4 km), bien demarcado, ideal para caminatas suaves, ciclismo de montaña o ecuestre.
Las riberas de la laguna de Limpiopungo están formadas por vegetación arbustiva y herbácea; la vegetación arbustiva es caracterizada por especies vegetales, como el romerillo de páramo, puliza, pumamaqui, quishuar, mortiño, shanshi, pisag y demás arbustos que le dan vida a este lugar.
Al realizar una caminata por los alrededores de la laguna la vegetación arbustiva hace su predominio en la que se puede encontrar la flor del andinista (chuquiragua).
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Mitos, historias y leyendas
El vigia de Limpiopungo
E
n uno de los costados, justo antes de ingresar al valle de Limpiopungo, sobre las colinas silenciosas destaca una gran roca inconfundible. Desde ciertos ángulos se asemeja a un indígena sentado, en actitud de vigilancia. Tiene un semblante antiguo, como si llevara siglos contemplando el mismo paisaje de páramo. Cuando se la observa con detenimiento, se tiene la sensación de que esa piedra quiere decir algo, como si guardara un mensaje.
Según cuentan los habitantes de Latacunga y El Chasqui, en noches de luna llena y brisa imperceptible, si un viajero se detiene y la observa con especial interés —con respeto, con asombro, con silencio—, su alma despierta. De su interior emerge y se materializa Rumiaya, que en kichwa significa ‘espíritu de roca’ (rumi = roca o piedra, y aya = espíritu o alma). Él desciende en forma humana por breves instantes y, con voz calma, narra su historia a quien haya sabido ver más allá de la forma.
Aparece como un joven pastor indígena, envuelto en un poncho grueso de lana de llama, con zamarros y gorro que protegen del frío intenso. Sus ojos—negros y brillantes como obsidiana—bajo el reflejo de la luna. Tiene el aspecto de los campesinos de Tigua o Zumbahua, poblados que quedan en la ruta hacia la laguna del Quilotoa, en la sierra andina.
Entonces, con voz serena, profunda y pasusada, empieza a contar su historia. Mientras habla, sus palabras se mezclan con el eco del viento, que corre entre los pajonales. Los sonidos del páramo se vuelven más nítidos, y todo lo que lo rodea parece guardar silencio para escucharlo.
Su relato suele ser así:
Me llamo Rumiaya, el alma de la piedra. Vivo en la roca.
Esta es una noche especial y te voy a contar mi historia. Has puesto más atención de lo común en mi figura, y eso me libera —por un breve momento— del silencio eterno…
Hace mucho tiempo, cuando por estas tierras sólo caminabamos los llamingos y los naturales, existía una laguna inmensa. Sus aguas llegaban hasta la base misma de la roca donde hoy habito.
Cada amanecer sacaba a mis rebaños de llamas a pastar alrededor de la laguna y aprovechaba el tiempo para contemplarla desde sus orillas, — con nostalgia suele decir— el azul profundo de sus aguas, su frío y su soledad eran mi encanto.
Sin embargo, mi cariño se tornó tragedia un día en un descuido, una de las crías de mis llamas se acercó demasiado a la orilla y cayó en sus aguas . Sin dudarlo, corrí y me lancé al agua tras ella paara rescatarla, pero fue en vano. Mi pequeña llama y yo nos hundimos en sus aguas frías, heladas e implacables. Era como si el agua y la laguna, abrieran sus brazos helados para recibir mi cuerpo. Mientras me hundía, todo me daba vueltas… Un terrible frío me invadía… Yo ya no era de esta vida, todo se torno en oscuridad.
En ese instante, entre la penumbra, apareció en un destello el dios de la montaña. Con mi voz casi apagada y mis últimas fuerzas, imploré y le dije: —"¡Gran dios de la montaña, creo que voy a morir! ¡Qué será de mi amada laguna? ¿Qué hará mi alma sin verla? Si muero, ¡déjame junto a ella!".
Entonces el dios de la montaña, con voz de eco y roca, pero suave como viento entre los pajonales, me respondió: — "Tu deseo será cumplido. Descansarás eternamente junto tu amada laguna pero no como hombre. Serás piedra, piedra viva, no una roca cualquiera, sino en un guardián eterno de la laguna y su memoria. Velarás por la laguna, serás el testigo, el guardián, el protector, el que recuerda lo que fue y protege lo que aún queda. Desde ahora serás Rumiaya, el alma de la piedra… y cuando alguien demuestre verdadero interés por ti… te liberarás por un instante para contar tu historia".
Luego, con un rayo me convirtió en la gran roca que ves ahora, allá arriba. Desde entonces, permanezco ahí, observando y protegiendo. Cada vez que alguien se detiene a escucharme, cuento mi historia para recordar que mi vida —mi existencia— está atada a la de la laguna. Porque el día en que el agua de la laguna desaparezca, tambien me desapareceré yo — Yaku pahu bangamuk riki—. Rodaré por el barranco y en polvo me convertiré.
Así que por favor, cuida esta laguna como yo la cuido. Yaku riksichiyki munani. No arranques sus plantas, no arrojes basura, camina por los senderos marcados, no alimentes a los animales salvajes. ¡Protégela! Cuento contigo.
Y justo cuando termina su relato, como una sombra que se disuelve en el viento, Rumiaya desaparece y se vuelve a convertir en roca, en el guardián que aún resiste.
Rumiaya no es solo un espíritu del pasado. Es el guardián del agua. El eco del equilibrio natural. Su historia es un llamado, una promesa que cada visitante puede ayudar a mantener viva: si el páramo se agota, si el agua desaparece, también lo harán las voces y los animales que lo habitan, las aves que la visitan, las plantas que la rodean, las memorias que la habitan.
¿Cómo llegar?
Desde Quito:
Toma la Panamericana Sur en dirección a Latacunga hasta llegar a la entrada de El Chasqui, que da acceso al Parque Nacional Cotopaxi. Desde ahí, continúa unos 8 km hasta el control Caspi, donde deberás registrar tu ingreso al parque. La laguna de Limpiopungo se encuentra aproximadamente a 19 km del control.
Desde el Control Caspi, el acceso es mayormente pavimentado; se tarda unos 40 minutos desde Latacunga y unos 60–90 minutos desde Quito por Panamericana Sur.
Si no cuentas con vehículo propio, puedes tomar un autobús desde Quito hasta poblaciones cercanas como Machachi o El Chasqui. Desde allí, debes contratar una camioneta para subir hasta la laguna; el costo aprox. del trayecto es de $15 a 20. Otra opción es bajarte directamente en la entrada de El Chasqui, aunque allí las posibilidades de encontrar transporte son más limitadas. En cualquier caso, se recomienda negociar claramente el precio antes de partir y si gustas solicitarle al conductor que te recoja
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