Atahualpa fue el último gobernante del Imperio Inca. Reinó desde 1532 hasta su captura y ejecución por las fuerzas invasoras españolas dirigidas por Francisco Pizarro en 1533.
La historia de Atahualpa comienza cuando es nombrado el sucesor de Huayna Cápac, convirtiéndose en el último emperador Inca, a pesar de que el trono legítimo le pertenecía a su hermanastro Huáscar. Sin embargo, su reinado es corto debido a la conquista española en el territorio.
Aunque inicialmente las relaciones entre ambos reinos fueron pacíficas, la ambición de Atahualpa por ampliar sus dominios condujo al Imperio Inca a una larga y sangrienta guerra civil. En 1532, informado de la presencia de los españoles en el norte del Perú, Atahualpa intentó sin éxito pactar una tregua con su hermanastro, Huáscar salió al encuentro del ejército quiteño, pero fue vencido en la batalla de Quipaypán y apresado en las orillas del río Apurímac cuando se retiraba hacia Cuzco. Posteriormente, Atahualpa ordenó asesinar a buena parte de los familiares y demás personas de confianza de su enemigo y trasladar al prisionero a su residencia, en la ciudad de Cajamarca.
En ese momento, el emperador inca recibió la noticia de que se aproximaba un reducido grupo de gentes extrañas, razón por la que decidió aplazar su entrada triunfal en Cuzco, la capital del imperio, hasta entrevistarse con los extranjeros. El 15 de noviembre de 1532, los conquistadores españoles llegaron a Cajamarca y Francisco Pizarro, su jefe, concertó una reunión con el soberano inca a través de dos emisarios. Al día siguiente, Atahualpa entró en la gran plaza de la ciudad, con un séquito de unos tres o cuatro mil hombres prácticamente desarmados, para encontrarse con Pizarro, quien, con antelación, había emplazado de forma estratégica sus piezas de artillería y escondido parte de sus efectivos en las edificaciones que rodeaban el lugar.
No fue Pizarro, sin embargo, sino el fraile Vicente de Valverde el que se adelantó para saludar al inca y le exhortó a aceptar el cristianismo como religión verdadera y a someterse a la autoridad del rey Carlos I de España; Atahualpa, sorprendido e indignado ante la arrogancia de los extranjeros, se negó a ello y, con gesto altivo, arrojó al suelo la Biblia que se le había ofrecido. Pizarro dio entonces la señal de ataque: los soldados emboscados empezaron a disparar y la caballería cargó contra los desconcertados e indefensos indígenas. Al cabo de media hora de matanza, varios centenares de incas yacían muertos en la plaza y su soberano era retenido como rehén por los españoles.
A los pocos días, Atahualpa, temeroso de que sus captores pretendieran restablecer en el poder a Huáscar, ordenó desde su cautiverio el asesinato de su hermanastro. Para obtener la libertad, el emperador se comprometió a llenar de oro, plata y piedras preciosas la estancia en la que se hallaba preso, lo que sólo sirvió para aumentar la codicia de los conquistadores.
Unos meses más tarde, Pizarro decidió acusar a Atahualpa de idolatría, fratricidio y traición; fue condenado a la muerte en la hoguera, pena que el inca vio conmutada por la de garrote, al abrazar la fe católica antes de ser ejecutado, el 29 de agosto de 1533. La noticia de su muerte dispersó a los ejércitos incas que rodeaban Cajamarca, lo cual facilitó la conquista del imperio y la ocupación sin apenas resistencia de Cuzco por los españoles, en el mes de noviembre de 1533.
¿Quién fue Atahualpa? Nació en Quito en 1500 y murió en Cajamarca, actual Perú, en 1533. Fue el último Emperador Inca (1525-1533). Era hijo del emperador Huayna Cápac y de Túpac Paclla, princesa de Quito. Poco antes de morir en 1525, el emperador Huayna Cápac decidió favorecer a Atahualpa dejándole el reino de Quito (la parte septentrional del Imperio de los incas), en perjuicio de su hermanastro Huáscar, el heredero legítimo, al que correspondió el reino de Cuzco.
Atahualpa tuvo una relación muy cercana a su padre; lo acompañó en el reino de Cuzco por varios años. Su primera batalla fue a los 13 años cuando estalló la una rebelión de los caranquis y los cayambis en el norte del imperio. Su padre y su hermano Ninan Cuyuchi fueron fundamentales como guía en el arte de la guerra. Mientras tanto su hermano Huáscar quedó al frente del reino de Cuzco con ayuda de cuatro gobernadores.
Atahualpa fue la mano derecha de su padre, le ayudó a sofocar las rebeliones y a conquistar nuevas tierras. Lo anterior le permitió ser un gran emperador inca en un futuro. Aprendió a profundidad gracias a los hábiles generales incas Calcuchimac y Quisquis. Además, aprendió las tareas del gobierno.
Ante la gran tensión que ocasionaba el cautiverio del inca entre los oficiales españoles, Pizarro ordenó su muerte. Atahualpa fue asesinado en el centro de la plaza de Cajamarca, con la pena del garrote, el 26 de julio de 1533. Su cuerpo quedó en la plaza toda la noche. Ningún natural se atrevió a retirarlo. Unos por miedo a los españoles, otros como muestra de desprecio al inca fratricida. Dice el cronista que cuando llegó la aurora, un gallo cantó. Los indígenas creyeron que lloraba por el inca muerto y llamaron al gallo “hualpa”, por “haber sido el último de acordarse de Atahualpa”.
Al día siguiente, que fue domingo, se procedió a realizar los funerales por la muerte de Atahualpa, el último inca emperador.
Autor: Jacinto Collahuazo
En un corpulento guabo
un viejo cárabo está
con el lloro de los muertos
llorando en la soledad;
y la tierna tortolilla
en otro árbol más allá,
lamentando tristemente
le acompaña en su pesar.
Como niebla vi los blancos
en muchedumbre llegar,
y oro y más oro queriendo,
se aumentaban más y más.
Al venerado padre Inca
con una astucia falaz
cogiéronle, y ya rendido
le dieron muerte fatal.
¡Corazón de león cruel,
manos de lobo voraz,
como a indefenso cordero
le acabasteis sin piedad!
Reventaba el trueno entonces
granizo caía asaz,
y el sol entrando en ocaso
reinaba la oscuridad.
Al mirar los sacerdotes
tan espantosa maldad,
con los hombres que aún vivían
se enterraron de pesar.
¿Y por qué no he de sentir?
¿Y por qué no he de llorar
si solamente extranjeros
en mi tierra habitan ya?
¡Ay!, venid hermanos míos,
juntemos nuestro pesar,
y en ese llano de sangre
lloremos nuestra orfandad,
y vos, Inca, padre mío
que el alto mundo habitáis
estas lágrimas de duelo
no olvidéis allá jamás.
¡Ay! No muero recordando
tan funesta adversidad.
¡Y vivo cuando desgarra
mi corazón el pesar!
Fotografía