Lloa, un valle cercano a Quito que ofrece senderos, gastronomía y un paseo por sus entrañas a través de un túnel

A veinte minutos de Quito, Lloa permite desconectarse del ruido de la ciudad y disfrutar, en familia, de la naturaleza y un sinfín de atractivos.

Quito, 15 de agosto de 2022.

A simple vista no se ve nada, pero –al inicio del sendero– una placa metálica te desafía: “Túnel de la aventura. Antes travesía de agua, hoy sendero ecológico”, dice en las primeras líneas.

Con solo levantar la mirada se sospecha por dónde es el camino. Es cuesta arriba. El pasto que algunas vacas comen parece una imponente alfombra verde que cobija la ladera que conduce a la boca del túnel.

Areli Terán Viracucha, 20 años, hija de la dueña del sitio, es ágil y delgada, se mueve con facilidad y rapidez, cruza las alambradas en un santiamén, corona la cuesta y se ubica en la entrada del túnel acompañada de Pato y Brando, sus dos perros de color negro. —Aquí está la boca —dice señalando con el largo brazo un hueco ovalado en la pared montañosa. —¿Se animan a entrar? —dice, desafiante.

El túnel tiene 200 metros de longitud, su altura permite caminar, ligeramente inclinado, sin mayor dificultad, salvo en dos partes que es necesario agazaparse para evitar topar la cabeza con las rocas. Cada cierto tiempo aparecen unas aberturas por donde se filtra la luz exterior, Areli las llama ventanas. Son catorce. El trayecto, aunque parece más duradero, solo toma 25 minutos, pero es toda una aventura, porque en los tramos donde no hay ventanas la oscuridad es total. La única luz que se cuela en el interior es la del celular de Areli, que encabeza la travesía.

Areli dice que el túnel es sano, que no tiene mala energía, sin embargo, el misterio no se diluye fácilmente.

Origen del túnel

“Mi padre decía que cuando le dieron el terreno, en la época de la Reforma Agraria (promulgada en 1973), el túnel ya estaba ahí, porque vio algunos orificios en medio de la maleza, cuando lo descubrió supo que esos orificios eran aberturas que conectaban con el túnel y ahora se las conoce como ventanas”, dice Rosa Yolanda Viracucha, mamá de Areli y propietaria de Piscícola El Molino Adventure Park, en cuyo predio está el túnel.

Ella cuenta que su padre le dijo que, en la década de los 80, tenía muchas vacas y cuando una de ellas parió, la cría cayó en un hueco, entonces, entró a salvar al ternero y descubrió que se trataba de un túnel. Decidió caminar por él hasta llegar al final.

Después limpiaron todo el túnel, descubrieron que las paredes, el tumbado y el piso eran de piedra. Construyeron gradas en el sendero que lleva a la boca del túnel y decidieron mostrarlo.

“Mi padre contaba que por ahí (por el túnel) antiguamente pasaba el agua hacia Quito, llegaba a donde ahora es el centro histórico y con el pasar del tiempo se derrumbó, solo queda esta parte que nosotros habilitamos”, explica Rosa.

—¿Se acuerda de la batalla del Pichincha? —pregunta Rosa. —Dicen que ha pasado el Sucre (el Mariscal Antonio José de Sucre) por Chillogallo, yo me imagino –prosigue– que por ahí pasó el Sucre y dio la vuelta y salió a la cima de la Libertad y como eso era botado, por ahí se han de ver escondido o han de ver dormido y después han de ver subido, por eso salieron por atrás del Pichincha donde ahora es la cima de la Libertad, concluye Rosa.

El túnel es parte de los atractivos del Piscícola El Molino Adventure Park, emplazado a diez minutos de Lloa, aquí hay restaurante, canchas de fútbol, de vóley, pesca deportiva y, claro, el túnel.

La pesca deportiva es muy demandada, los turistas pagan lo que pescan al peso. La libra cuesta tres dólares, si prefiere, en el restaurante se prepara al carbón, frita o al vapor, acompañada de arroz, papas fritas y ensalada, también pueden llevar lavadas y listas para preparar en casa.

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